EL ESPÍRITU DE LA MASONERÍA. Hoy recordamos al Hermano Joseph Fort Newton, autor de la Obra los Arquitectos de la cual extraemos un pasaje.
El Espíritu de la Masonería. Nuestra historia humana, saturada de lágrimas y bañada en sangre, es la historia de la amistad. La sociedad ha progresado desde el odio a la amistad, por el lento crecimiento del amor que, primero, agrupó al hombre en familias y, luego, en clases.
Los hombres primitivos que vagaban a la luz de la primera aurora de los tiempos, vivían únicamente para sí mismos, convirtiendo su corazón en un santuario de sospechas, y sintiendo que todos los demás hombres eran enemigos suyos. Lentamente fue vislumbrando el salvaje que era mejor ayudar que herir, y se organizó en clanes y tribus.
Pero las tribus estaban separadas por ríos y montañas, y los hombres de una orilla del río se sentían enemigos de los de la otra orilla. Y hubo guerras, pillajes y tristezas. Luego, se crearon poderosos imperios que lucharon entre sí, dejando rastros de muerte a su paso. Más tarde, se construyeron los grandes caminos que unían todos los extremos de la tierra, y los hombres que los recorrían se mezclaron entre sí y averiguaron que la naturaleza humana es semejante por doquiera y que sus temores y esperanzas son comunes. Pero aún existían muchas cosas que separaban a los hombres y que bañaban la tierra con lágrimas de amargura, porque., no satisfechos los hombres con las barreras naturales, levantaron las altas murallas de las sectas y de las castas, para excluir a los que no pertenecían a ellas, y quienes pertenecían a una secta (cristiana, judía, musulmana, budista etc) creyeron que los demás estaban condenados a la perdición. De modo que, cuando ya lasmontañas no separaban a los hombres, levantaron ellos montículos de incomprensión para separarse.
Los hombres se encuentran hoy día separados por barreras de raza, de religión, de castas, de hábitos, de educación e intereses, como si un genio maligno les inspirase la sospecha, la crueldad y el odio. Y sigue habiendo guerras, desolación y miseria. Sin embargo, los hombres son crueles e injustos porque no se conocen. Por esto la Masonería lucha en medio de un mundo de enemistades en pro de la amistad y trata de unir a los hombres de la única manera con que dignamente pueden unirse. Cada logia es un oasis de igualdad y de buena voluntad en el corazón desolado de un desierto; cada logia se esfuerza en agrupar a todos los hombres en una gran liga de simpatía y servicio, de la que hoy día es ella una representación en pequeña escala. En el altar de las logias se reúnen los hombres, sin vanidades ni pretensiones, sin temor y sin reproche, como los turistas que escalan los Alpes atados entre sí para que, si uno se resbala, le sostengan los demás. No existe lengua humana que pueda expresar la significación de semejante ministerio, ni pluma que pueda describir cuánto ha influido la Masonería para fundir la crueldad del mundo en el crisol de la compasión y de la alegría.
¡El Espíritu de la Masonería!. Para cantarlo se necesitaría la inspiración arrebatada de un poeta, la cadencia melodiosa de un músico. La Masonería se esfuerza ahora, como siempre, en mejorar a los hombres, en sutilizar su pensamiento y purificar su simpatía, en ensanchar sus panoramas, en elevarles a mayores alturas, en fundamentar sobre bases firmes y amplias sus vidas y amistades. Toda la historia de la masonería, con sus vastas acumulaciones de tradiciones, con su sencilla fe y solemnes ritos, con su libertad y amistad, se ha dedicado a un ideal moral elevado, con objeto de domar al tigre que se cobija en el corazón del Hombre. Ella no tiene otra misión que la de exaltar y ennoblecer a la humanidad, para que el patrimonio tan difícilmente adquirido sea eterno, para que su santuario sea más sagrado, y más radiante nuestra esperanza (Si los masones caen, a veces, más abajo que su ideal, es porque padecen de los mismos males que la humanidad. Quien recita las enseñanzas de la orden como un papagayo y olvida las lecciones que sugiere; quien se pone su honroso vestido para ocultar su espíritu egoísta, y quien no siente ante sus símbolos la urgencia de aspirar al supremo bien no es un verdadero masón.
¡El Espíritu de la Masonería!. Cuando este espíritu se abra paso en el mundo, la sociedad será una vasta comunidad de justicia y de bondad; el comercio, un sistema de servir a la humanidad; la ley, una regla de beneficencia; el hogar será más sagrado, más alegre la risa gozosa de los niños. Entonces, el mal, la injusticia, el fanatismo, la ambición y todas las ruindades que envilecen a la humanidad, acecharán impotentes en la sombra, cegados por el resplandor de un orden más justo, sabio y misericordioso. Cuando el hombre sea amigo del hombre, sirviendo a sus compañeros, entonces la industria será equitativa; la educación, provechosa, y no una sombra. Cuando la Masonería triunfe, caerán todas las tiranías, se desmoronarán las prisiones, y los hombres no sentirán cadenas en las manos ni opresiones en la mente;
sino que, libres de corazón, caminarán erguidos bajo la luz y libertad de la verdad.
