Quien sabe mandar lo hace en Armonía no buscando conflictos, gánase su respeto por acciones no por discursos. Cuida de todos los miembros del taller, cuida que todos puedan trabajar, que todos puedan asistir, que nadie monopolice la palabra callando a otros, que no falten enseres del Templo, u otros elementos, cuida que los miembros lleguen con puntualidad, que todos hagan el aporte solidario, no se toma a lisonja lo material, la responsabilidad y el compromiso etc. No censura ni relega hermanos. La palabra cuidado es esencial en Masonería.
Cómo se gestiona la Autoridad es un asunto ético. Dentro del rol que a cada uno le corresponda, esta idea, en masonería cobra mayor fuerza al ser ejercida en un ambiente concebido por y para iguales. La palabra AUTORIDAD viene del latín «auctoritas», se derivó de «auctor», cuya raíz es «augere», que significa aumentar, promover, hacer progresar. Venerable que aumenta el tamaño material y espiritual de su logia, en números, miembros y fondos es un Venerable que ha sabido conducir. Cuando la gestión ha sido buena, un Gran Maestre que vela por su pueblo masónico, en concordancia con el Consejo de la Orden, si este es afín al progreso, entregará su mandato con más logias, más hermanos más recursos . Así también en cada cuerpo escocista. El Poderoso Maestro que en logias capitulares conduce en armonía sin propiciar conflictos y lleva sus valles hacia la paz, el conocimiento y la acción es idóneo. Si estos tres requisitos no van juntos, no hay resultados, porque está fallando el método. No siempre es un problema de personas sino de métodos. Frecuentemente se distinguen tres tipos de autoridad: la autoridad conferida, la autoridad referida y la autoridad diferida aquella que se otorga por la ubicación social, laboral o incluso personal. Es decir, una autoridad administrativa, legal, institucional, profesional o familiar. Todos los masones la tienen en mayor o menor grado. Y esos roles o cargos son rotativos. Por ejemplo los Maestros desempeñan la oficialidad, pueden instruir a los Aprendices y Compañeros y ganan el derecho a llevar el mallete, etc. Esta autoridad, sencillamente, se tiene porque “se nos confiere”. La tenemos y debemos ejercerla, al margen de las condiciones con la que la desarrollemos. Este tipo de autoridad es la más heterónoma, la que menos depende de nuestro esfuerzo y la que nos reviste de promesas que estamos obligados a cumplir o que nos arriesgamos a desmentir. La Conferida Es la autoridad que “se nos da”. Como señalan los rituales «En virtud de las facultades que me han sido conferidas os instituyo y consagro, etc» Por otro lado, existe una autoridad REFERIDA, aquella autoridad a la que presuntamente estamos vinculados, en virtud de la autoridad conferida que ya poseamos. Es una autoridad relacionada con lo que se espera en el ámbito estricto del desempeño. Por ejemplo un aprendiz se referencia en un maestro para tal o cual inquietud, o tema, le hace preguntas sobre el rito etc. es una autoridad que se supone. Y, por último, una autoridad MORAL, la más autónoma, la más exigente, la más infrecuente y la más pretendida.
La autoridad moral, es la que hay que ganarse con los actos, con los hechos, con el comportamiento y compromiso masónico. Nos la tenemos que ganar. Esta solo se aprende y se enseña por imitación. Hay que ver comportamientos, desprendidos, abnegados, ejemplares para admirarlos e imitarlos.
El que busca la autoridad moral se arriesga a disentir, a “diferir”, a distinguirse del común, a trabajar con una deliberada intención ejemplar. En suma, a proceder con una ética a prueba de laxitudes. Le excelencia moral está en la base de las acciones. En otras palabras: la autoridad moral proviene más de la acción que de la reflexión, más de los actos que de las razones o argumentos esgrimidos, más de los hechos que de las palabras. Quien hace, quien actúa se exhibe mucho más que quien habla. Y quien hace acciones excelentes consigue ese predicamento entre los demás, porque, sencillamente, sus hechos responden de él, responden por él y hablan a los otros. El carácter de un masón condiciona en muy buena medida cómo recibe los acontecimientos vitales, cómo los aprovecha, cómo saca partido de las adversidades para tratar de labrarse una vida plena y, sobre todo, cómo investirse de la autoridad moral necesaria para progresar en el Arte Real. Por consiguiente, la “morada” del masón no es la Logia ni el Templo, sino la acción, el viaje, el camino iniciático, la ejecución, en definitiva, sus obras en sí: la acción superior, la tarea virtuosa, si falta el espíritu de desprendimiento, la generosidad y el desinterés no se alcanzan los fines más preciados.
Fuente. Juan Luis Luengo-Almena 24º – Revista Zenit Nº 48 del SCG 33ª y Ultimo del REAyA para España. Otoño de 2017